Termina otra década en la historia del rock. En 1999, que dado vuelta anunciaba un Armageddon de escala planetaria, no imaginábamos lo que ocurriría durante estos 10 años. Un rápido repaso, realizado con errores y omisiones, pero con desbordante pasión, puede echar un poco de luz sobre las sombras que nos perturbaban por entonces.

por Martín De Bernardi


Si los 50´s fueron la década del apartheid musical, con gente blanca bailando en la platea, y gente de color en el pullman; si en los 60´s lo blanco y lo negro se fundieron en primigenia celebración para, sobre el final de la década, ser coloreados por los matices del LSD; si los 70´s fueron la década del bello facial (y púbico), las lanas, las motos, el Glam y la suntuosidad progresiva, luego insultados por ese grito de furia minimalista surgido en Nueva York y Londres, casi al mismo tiempo; si los 80´s fueron años de sonidos plásticos, aún de fondo ante perfectas melodías pop y eternos hits radiales; y los 90´s fueron años de regreso a la conflictividad adolescente, primero con el Grunge y luego con un nuevo y tibio Melodic Punk, contrarrestada por un Neo Metal gutural que todo parecía devorar. Si esas cinco décadas de rock fueron mucho más que eso. ¿Qué fueron los 2000´s?

¿Qué nos deja esta década?

Responder esta pregunta cuando aún no finaliza el período, es una tarea complicada, ya que no disponemos de los años que se necesitan para poder mirar atrás fríamente, y analizar con cierta objetividad todo lo que puede pasar en la música en solo 10 años. Investigar los cambios y la variedad en detalle de cualquier década argumentaría esta limitación metodológica con la que nos enfrentamos. Sin embargo la pregunta está planteada, y esbozar un camino capaz que empezar a responderla es algo, al menos, motivador. Más cuando la hipótesis es alentadora, queridos filorockers.

Hace 50, y hace 10 años… de lo incierto al Apocalipsis

Los Gatos se preguntaban en 1968 cómo iba a ser “el 2000”, sin tener absoluta idea de lo que efectivamente iba a ocurrir. Viniendo en el tiempo, un poco antes de ese año misterioso, tampoco imaginábamos lo que nos esperaba en este 2010 que asoma. Repasemos. Avanza una extraña figura dentro de la música contemporánea: los DJs. En 1999 son estrellas que giran por el mundo, contaminan todas las celebraciones, y hasta dicen que “tocan”. El panorama para el Rock, música ejecutada por seres humanos jóvenes, creativos y dispuestos a cambiar el mundo, parece desolador. “El Rock es para dinosaurios”, refunfuñan algunos, dispuestos a abrazar al género electrónico como la nueva súper nova musical del flamante milenio...





Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí

En un momento en que ni el más filovintage lo esperaba, desde Nueva York (re) surgía un movimiento tan impactante como familiar. Muchos, asistimos a un flashback musical llamado The Strokes, con un hit inoxidable: Last Nite. Un video sepia nos confundió: “¿cuándo pasó esto?” Se erigió, sin saberlo, como la punta de lanza de un nuevo Retro Rock que daría aire a la música que nos importa, desde el garage a los estadios. Y no se trataba solo de imagen. En los Strokes, los White Stripes, los Arctic Monkeys, los Jet, los Vines, los Hives y otros tantos había buenas canciones (o, al menos, válidos intentos). Buenas canciones: algo que parecía perdido, en esa meseta de golpes monótonos capitaneados por esos inverosímiles personajes que usaban vinilos (objeto preciado por todo rocker de raza) como herramienta que diluía nuestra música, casi como una burla macabra de la, ya demoníaca, industria musical. Buenas canciones: como las que hacían Beatles, Stones, Birds, Velvet Undergroud. Y, como cereza del postre: volvían a poner a la guitarra eléctrica como instrumento vedette. Ni Lito Nebbia, ni nosotros lo imaginábamos.

El Retorno del Jedi

Si una tendencia, durante esta década que termina, fueron las bandas de jóvenes rebeloides, bien lookeados, con buenos estribillos y violas al frente; otra tuvo que ver con el regreso de viejos gigantes, que muchos creíamos desaparecidos para siempre (“Dinosaurios”). La vuelta de los Viejos Dioses, sumada a la vigencia de quienes no abandonaron (Stones, McCartney, Red Hot Chilli Peppers, Foo Fighters, U2, y Maiden, entre otros), solidificó este movimiento que, en su sexta década, apunta al centenario, con la responsabilidad de su supervivencia legada a nuestros nietos. Volvieron Dioses: The Who, Pink Floyd (juntos y por separado), Led Zeppelin, Guns n´ Roses, AC/DC, Motley Crüe y The Police, para nombrar a los más taquilleros. Y no lo hicieron por dinero: nos volvieron a volar los sesos. Así como lo hicieron las mega-alianzas Audioslave y Velvet Revolver, hoy extinguidas, los australianos Wolfmother, o los descomunales The Mars Volta. El Rock, vive.

Larga vida al Dios Rock

A pesar de este subtítulo, no tratamos de emular a Dewey Finn (eterno melómano ingeniosamente caracterizado por Jack Black en School of Rock -2003). No volvimos, ni volveremos a la Belle Époque del género. Pero quizás, este repaso sirva para augurar un futuro auspicioso. Inclusive, el elemento electrónico (otrora amenazante) no desapareció: por el contrario, se mixturó dentro de nuestro género, muchas veces de manera brillante, heredando lo mejor de los 80´s. Las secuencias, los samplers, y overdubs mágicos son moneda corriente en los escenarios actuales, brindando nuevas texturas y dimensiones a la música de los más lúcidos artistas. Radiohead, Bowie (eterno vanguardista), Coldplay, Muse, The Killers son solo un muestrario breve de este productivo uso del recurso. Y todo esto, con una absoluta permanencia de los instrumentos que dieron forma a esta forma (valga la redundancia) de vida llamada Rock: la viola, la bata, el bajo.

Contrario a lo que muchos temíamos, el Rock vive. Su brillante historia lo avala, y su saludable presente lo empuja. Las puertas están abiertas. Como antes sugerimos: la responsabilidad de su supervivencia estará legada a nuestros descendientes. Material les sobrará. “No se trata de regresar al pasado, sino de realizar sus esperanzas”.


por Revista Filo

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EDITORIAL

Me convertí en un número. Tengo fracción, raíz cuadrada y a veces decimal. También me convertí en un número entero. Mera combinación entre el uno y el cero. Soy numerable y razonable. Despreciable y dispensable. Aceptable y vulnerable. Multiplico. Para el resto no sumo ni resto. Soy consecutivo, destructivo. Me convertí en un número y tengo además factor común. Soy par e impar. Máximo y mínimo. Mayor, igual o menor. Soy múltiplo de dos, de tres, de cuatro o de nueve. No de uno. No para uno. No tengo valor, soy solo valor. Me convertí en un número, me dicen “4232”. Tengo código propio, binomio y exponente. Decadente y resistente. Totalmente ambivalente. Doy resultado y error. Depende la situación, de la ecuación. Soy exacto de facto.

Me convirtieron en un número. Elevé mi razón, mi corazón, a la tercera potencia. Incongruencia, falta de conciencia. Ahora mi alma es cardinal, y mi sentimiento animal. Soy sistemático y matemático, de las ciencias duras en estado puras. Mi nombre es “4232” y hay millones como yo. Solo números, meras combinaciones entre los unos y los ceros.

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