NOTA DE TAPA - INFORME

"La cana estaba en su estado más salvaje". Walter Gatusso andaba de changa y vio cómo la represión, los golpes y las corridas vapulearon la ilusión de los 40.000 jóvenes que se reunieron para ver la vuelta de Viejas Locas en el estadio de Vélez, el 14 de noviembre. Antes del show, una confusa revuelta que incluyó a la barra brava local, a los fanáticos y a la Policía Federal dejó 30 heridos y 44 detenidos. Rubén Carballo se llevó la peor parte.

Tenía 17 años y apareció debajo de un puente el domingo a las 13. Estaba inconsciente, golpeado, salpicado de azul y con una fractura expuesta de cráneo. La Federal dice que cayó de un muro; los familiares afirman que fue víctima de la violencia policial y la División de Asuntos Internos investiga a Eduardo Meta, el comisario al frente de la seccional 44º (con jurisdicción en el lugar) por ser el presunto instigador de la brutal carnicería que se vivió aquella noche. “Ya no hay nada por hacer”, se expuso en el último parte médico del pibe, que finalmente murió el martes 9 de diciembre tras 24 días de agonía. ¿Qué le sucedió realmente a Rubén?

El muro más cercano a Vélez es el que está emplazado en la calle Reservistas Argentinos al 200, lindero a la platea Sur del José Amalfitani, justo a la vuelta del estadio. Tiene 7 metros de altura y separa a la cancha del Club del Personal de Dirección del Ferrocarril Sarmiento por donde, según adujeron fuentes policiales, habría intentado saltar Rubén para “colarse”. Los otros paredones están entre Irigoyen y la Autopista, y en la calle Bacacay intersección Perito Moreno. Sea cual fuere de todos estos, no se explican varias cosas: los rastros en su ropa de la pintura del camión hidrante, las contusiones en su cuerpo producto de reiterados porrazos y cómo pudo desplomarse recién a tres cuadras de la entrada principal, donde fue encontrado por un socio de los Ferroviarios, en un estado crítico.

Esa fatídica noche del sábado 14 de noviembre, y minutos antes de que se abrieran las puertas del estadio, sobre la avenida Juan B. Justo, “La Pandilla”, la barra brava de Vélez, desembarca con sus micros a unas cuadras del club tras haber sufrido una derrota por goleada ante el por entonces puntero del Apertura, Banfield. No pueden acceder a las inmediaciones por los cortes de calles y eso los enardece aún más. Distintas versiones hablan de que los uniformados le abrieron el paso a los hinchas para que estos pudieran entrar al Amalfitani a dejar los “trapos” y que eso enervó al público del show, porque “creyeron que se estaban colando”, admitió a Filo una alta fuente judicial.

Mientras esto sucede, Rubén y sus cinco amigos esperan para ingresar al campo. Están ansiosos por ver a su banda favorita y encima es el primer recital de sus vidas. En eso, según cuentan los vecinos del barrio privado John F. Kennedy, miembros de "la pandilla" rompen el descontrol. Las descripciones de lo sucedido se cruzan: B.P., oficial de la garita que cuida al barrio dice que “la pelea la empezaron los fanáticos cuando quisieron colarse detrás de la barra”. El changarín lo desmiente y culpa directamente a la policía por “reprimir sin sentido”. La barra no dice nada, ni responde.

En plena hecatombe, Rubén pierde a sus amigos cuando les “quemaron los ojos con gases”, según reconoció Ezequiel Laserna, uno de ellos, porque ya habían refunfuñado los caballos y el camión hidrante pisaba fuerte cerca de los cinco. Los federales se defendieron de las críticas de la familia y atinaron a decir que el chico intentó colarse y “zafar del quilombo”. Sin embargo, los pibes hablan de fuertes “tundas y amenazas constantes”.

Lo cierto es que para acceder por el muro y cumplir con la hipótesis que sostiene Meta y compañía, Rubén tendría que haber subido por el brazo de la autopista Perito Moreno que descarga en Reservistas Argentinos (aprovechando que es el único que está cerrado al paso del tránsito), ya que la medianera es inaccesible desde el asfalto, y así haberse arrojado al predio lindante. Son cerca de 12 metros y un salto con mucho coraje de por medio.

Matías es alumno de la escuela Dalmacio Vélez Sarsfield ubicada en el mismo predio y también fue a ver a Viejas Locas esa noche. Aparece en la escena de lo sucedido y se presenta: “Yo vi cómo lo cagaban a palos a ese flaco”. Y pinta el hecho a su manera: “Venía corriendo desde el otro lado (desde la avenida) y justo cuando llego acá (al muro detrás de la platea Sur), veo como la cana está dándole palazos a un pibe que después se lo llevó a la rastra (SIC)”.

Parte de la turba que seguía esquivando macanazos sobre Juan B. Justo rompe las rejas del barrio privado y, para esquivar los gases, irrumpe en el predio sin meditarlo. Arranca de cuajo dos gruesos portones de hierro y deja destrozos a lo largo del jardín frontal.

Se acerca Marcos al rodeo. Es vecino del Kennedy y vive en la casa 2. No duda en liberar la última pista: “Fijate cómo quedó el masetero de nuestra medianera. Por acá quisieron saltar un par de flacos”. Las plantas colocadas en un escalón a 1.5 metros de altura de la pared que separa al barrio del estadio, están pisoteadas. Desde esa altura y para saltar al otro lado hay que subir cuatro metros más. Un desafío casi imposible. Se desconoce si Rubén estuvo en el Kennedy.

Dudas. La doctora Mirta Saez libera la única y más certera respuesta: atendió al joven en el Hospital Centro Gallego y confirmó la presencia de varias heridas en su cuerpo, “como de bala y de tombazos”, según expresó el padre del menor, también de nombre Rubén Carballo. La médica dijo a los medios que tiene un fuerte golpe en la cabeza y un hematoma en el hombro, asunto que refleja al hecho como una mera caída. A lo que Carballo dijo a revista Filo: “Fue porque vio la necesidad de hablar únicamente de las heridas que podrían generar riesgos de vida”.

Pero la historia no dio su última versión. “Es todo muy raro –dice el oficial de la garita, que justo estaba de turno en el hospital Vélez Sarsfield donde fue a parar en primera instancia Carballo-, porque cuando llegó el pibe, lo primero que hicieron fue tirarle la ropa de inmediato y ni siquiera dejaron que alguien lo revise para ver en qué condiciones estaba”.

¿Alguien intentó cubrir los rastros de la represión o simplemente fue resultado del azar?
Entre las pertenencias de Rubén se encontró la entrada del recital sin cortar y un celular. Algunos llamados perdidos y monedas sin contar.

Sobre el asfalto, las vallas de contención –por cierto mal colocadas porque en vez de estar encastradas estaban atadas con alambre, lo que habría producido un efecto domino en su caída- deschavaron rastros del malón escapando de los gases y de la montada.

Algo que quedó plasmado en las cámaras de televisión presentes y que nunca se podrá desmentir. En Seguridad Urbana de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, durante los 15 días posteriores al hecho llovieron una veintena de denuncias por “abuso de la fuerza”. Viejas Locas y la organizadora del evento, Fénix, se desligaron del asunto con una volátil carta de Cristian “Pity” Álvarez donde auguró la “pronta recuperación de Rubén” y donde afirmó: “No voy a decir que ví represión (al menos en ese momento)”.

En el aire de Liniers hay dejos de una noche de alcohol, excesos y rock and roll para el olvido. Y una incertidumbre que quedará por definirse con testigos, videos y pistas. Hasta entonces, quedará inmersa en la inconsciente cabeza de Rubén, que aguantó durante 24 días antes de llevársela consigo para siempre.

“Creo que van a rodar cabezas en la Federal”

Rubén Carballo padre dejó la camisa celeste que lo identificaba como chofer de la línea 132 y se convirtió en un detective furtivo. Está a la caza de cualquier pista que confirme su hipótesis: “A mi hijo lo cagó a palos la policía y voy a ratificarlo como sea”, sostiene.

Para lograrlo, pasó horas inspeccionando las heridas de su hijo y vio todos los videos que capturaron las cámaras de televisión presentes en la noche del 14 de noviembre. Así fue como, en un tape de Crónica TV, logró identificar a su hijo escapando de los golpes policiales.

Filo: Después de la intervención de Asuntos Internos, ¿siguen pensando igual los policías sobre la teoría que deslizaron en primera instancia?
Rubén
: Están cambiando de punto de vista. Lo que pasa es que oficialmente no pueden decir nada porque hay una causa de por medio. Aparte, su hipótesis compromete a otros oficiales y hasta sin querer. Por ejemplo a los que estaban cuidando en la puerta del Club Ferroviario. Ellos tuvieron que haber visto algo si es que Rubén estuvo allí. Si dicen que se tiró de la autopista, entonces el policía que estaba cortando la bajada tuvo que haberlo visto. Creo que van a rodar cabezas en la Federal.

Filo: ¿Cómo crees que pergeñaron una hipótesis tan rápido?
Rubén:
Supuestamente porque en el lugar donde lo encuentran no hay nada más que rastros de una presunta caída. Yo descarté esa versión por las secuelas que tiene Rubencito en el cuerpo. Cuando les negué esa posibilidad me preguntaron: “¿Cómo llegó entonces hasta ahí?”, y les respondí, lo llevaron y lo dejaron tirado.

Filo: Dicen que la fe es lo último que se pierde, ¿Cómo está tu fe?
Rubén:
Con mucha fuerza y firme. Rubén sigue luchando a la par de los médicos. En el estado en que llegó, nadie daba nada por él. Pero ya hace días que se sostiene y eso es bueno. Creo que va a salir adelante porque ya mueve la cabeza y las pulsaciones se le aceleran cuando estamos nosotros presentes. Es como que nos escucha.

Tres jueces investigan la causa

El expediente en el que se investigan las lesiones que sufrió Carballo está a cargo de la jueza subrogante Guillermina Martínez, con intervención del fiscal Eduardo Cubría. Una segunda causa, sobre los hechos de violencia atribuidos a los seguidores de Viejas Locas, quedó a cargo del juez de menores Enrique Velásquez, ya que de las refriegas habrían participado varios adolescentes.

Finalmente, la fiscal contravencional porteña Mariela De Minicis quedó a cargo de la causa en la que se investiga la presunta "omisión" de tomar los recaudos adecuados en materia de seguridad por parte de los organizadores del recital.


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por Andrés Randazzo

Crash! “Viste el botellazo que se comió ese cana”, gritaba un pibe con el cuello de la remera subido hasta el tabique, como para filtrar el insoportable olor del gas lacrimógeno. El policía, que recibió el envase de cerveza con su casco, quedó sentado en el cordón. El chico ya había desaparecido. Se unió a la multitud que escapaba de las balas de goma y se alejaba de la entrada en medio del desconcierto. El caos en la previa al recital de Viejas Locas se había desatado y las agujas del reloj avanzaban sobre las 21. Pity Álvarez se hacía esperar. Salió al escenario una hora y media después de lo previsto y, tal como dijo luego, no estaba al tanto de que la calle era un infierno.

Los camiones hidrantes teñían de azul las ropas rasgadas por los empujones y los golpes. Palazos de la policía y más peleas. La desesperación de los pibes crecía. Detrás de las paredes del Amalfitani ya se oía el tema “Intoxicado” y ellos, impotentes, seguían afuera. La bronca creció cuando, en colectivos anaranjados, llegó la Pandilla de Liniers. Vélez había perdido 3 a 0 con Banfield esa noche y la hinchada regresó a su estadio para “guardar los trapos”. Como si fuera lo más normal del mundo, la misma policía que hacía correr a los chicos con sus entradas le abría las vallas a la barra del Fortín.

“No podés pasar por acá”, le dijo un uniformado a Marcos, el jefe de la hinchada. “Quedate tranquilo, yo me encargo”, le respondió. Al rato estaban en la platea, cantando por su equipo cada vez que la banda paraba. Agitándola, se diría en el barrio.

Eduardo Meta es el comisario a cargo de la seccional 44, la que tiene jurisdicción en el lugar. Al hombre se lo vio vestido de blanco en medio de los incidentes. Meta, responsable también de que la Pandilla ingrese al estadio, fue desplazado de la comisaría 24 de La Boca por estar en “connivencia con la barra de Boca”. La 12 de Mauro Martín, justamente, hizo lo que quiso cuando Boca jugó de local en el Amalfitani en 2007.






por Revista Filo

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EDITORIAL

Me convertí en un número. Tengo fracción, raíz cuadrada y a veces decimal. También me convertí en un número entero. Mera combinación entre el uno y el cero. Soy numerable y razonable. Despreciable y dispensable. Aceptable y vulnerable. Multiplico. Para el resto no sumo ni resto. Soy consecutivo, destructivo. Me convertí en un número y tengo además factor común. Soy par e impar. Máximo y mínimo. Mayor, igual o menor. Soy múltiplo de dos, de tres, de cuatro o de nueve. No de uno. No para uno. No tengo valor, soy solo valor. Me convertí en un número, me dicen “4232”. Tengo código propio, binomio y exponente. Decadente y resistente. Totalmente ambivalente. Doy resultado y error. Depende la situación, de la ecuación. Soy exacto de facto.

Me convirtieron en un número. Elevé mi razón, mi corazón, a la tercera potencia. Incongruencia, falta de conciencia. Ahora mi alma es cardinal, y mi sentimiento animal. Soy sistemático y matemático, de las ciencias duras en estado puras. Mi nombre es “4232” y hay millones como yo. Solo números, meras combinaciones entre los unos y los ceros.

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