Camilo Blajaquis es César Gonzalez, un pibe de 20 prorrumpido en la pobreza que estuvo 5 años en situación de encierro y pudo transformar esa experiencia en poesía. Hoy estudia filosofía, edita una revista cultural, está por publicar su primer libro y participa de talleres en los barrios más carenciados.


Por Florencia Alcaraz. 



Tarde de domingo calurosa en el Conurbano Bonaerense. Son las 4 de la tarde, estamos con 40° a la sombra y en una estación del Sarmiento espero a mi entrevistado. Para apaciguar el calor, reconstruyo el camino que está haciendo desde su barrio hasta acá bajo un pequeño árbol. A lo lejos, lo veo llegar. Camilo Blajaquis camina con su andar cansino, su cuadernito en mano y algún librito que habrá agarrado antes de salir de casa. ¿Nietzsche? ¿Gilles Deleuze? ¿O será un relato del sub-Comandante Marcos?

Zapatillas deportivas, bermudas cómodas y remera colorida. La parada obligada antes de tomar el bondi: el kiosco para rescatar algún cigarrillo suelto. La falta de monedas y el vicio hacen peligrar nuestro encuentro, pero una de diez escondida en un huequito del bolsillo trasero colabora con el destino a mi favor. Marconi y Gardel. Llega el 326 que en un rato lo traerá hasta aquí.

Camilo Blajaquis nació en la vieja Villa Carlos Gardel de El Palomar bajo el nombre de César González, y atravesado por las múltiples circunstancias y las escasas oportunidades que implican crecer allí. “Donde es más fácil conseguir un porro que un libro o un arma que una lapicera. Donde en mi casa, el mate cocido con pan era el único menú del día. Donde me junté con otros pibes como yo, pobres como yo, con hambre como yo e inconscientemente manipulados por el materialismo como yo, salimos a robar o, mejor dicho, a recuperar lo que el porvenir nunca nos dio”, profesa.

La búsqueda de ese porvenir, la idea de “disfrazar la pobreza con unas Nike” lo llevó a iniciar un paseo por casi todos los Institutos de Menores y los penales de Marcos Paz y Ezeiza durante 5 años, en el ápice de su adolescencia, y con una causa judicial que hasta hoy pesa sobre su espalda.


“Pero un día, con el óxido de las rejas de fondo, me descosí la boca y empecé a vomitar toda la resignación que el encierro me había hecho tragar y a pesar de seguir encerrado hasta hoy, me fugué mentalmente y mi mente hoy es libre. Pueden esposarme las manos, pero nunca las ideas”.
César describía así el momento en el cual “Operación masacre” de Rodolfo Walsh llegó a sus manos, durante su paso por el Instituto de Máxima Seguridad Luis Agote, lugar donde parió a Camilo Blajaquis, el poeta que vino a sustituir al pibe chorro, o tal vez a convivir con él.

FILO: ¿Cómo se lleva César con Camilo?
César González: No existe esa división. César es Camilo. Yo soy un artista y todo en mí es ser artista. Todo lo que hago está vinculado a eso. Camilo Blajaquis es nada más que un seudónimo que surgió para escribir poesía, porque mi nombre es muy común. Simplemente eso. Cuando escribo poesía firmo Camilo Blajaquis, pero obvio que cuando le escribo una carta a una minita soy César.

Aunque quiera engañarnos con la casualidad de su seudónimo, se autobautizó Camilo en homenaje al comandante Cienfuegos, uno de los líderes de la Revolución cubana y Blajaquis por el militante sindical asesinado en la pizzería La Real, suceso narrado por Rodolfo Walsh en “¿Quién mató a Rosendo?”.

Lo cierto es que Camilo transformó la jaula de César en pájaro a través de la lectura y la escritura, inspirado por la pluma de Walsh, de Arlt y tantos otros, tomó por asalto a la palabra y comenzó a expresar sus vivencias, sus dolores, sus tristezas y alegrías a través de la narrativa con una prosa estéticamente bella pero al mismo tiempo cargada de denuncia social. Sintiéndose plenamente libre, pero paradójicamente entre rejas.

FILO: ¿Qué diferencia hay entre escribir en el encierro y escribir en libertad?
César González: Yo escribo con la sangre, con mi cuerpo, y mi cuerpo siempre fue libre así que para mí es lo mismo. Lo único es que últimamente me doy cuenta que este rebaño es cada vez más rebaño. Pero en cuanto a escribir, no podría hacer algo por encargo, como ser cronista, yo escribo poesía. Aunque eso no quita que no pueda hacer poesía cargada de realidad y denuncia social.

En el instituto de menores fundó la biblioteca, dio vida a su revista cultural ¿Todo Piola? y también abrió su blog: http://camiloblajaquis.blogspot.com/. En el encierro también pudo terminar el secundario y además de cultivar su pasión por la lectura, exprimiendo el tiempo de sobra, pudo aprovechar para tocar el bajo, símbolo de su otra pasión: la música.

César desfiló por cuanto taller surgiera en los institutos: periodismo, audiovisual, teatro, murga, deportes. Esa participación dio sus frutos cuando un cortometraje suyo denominado “Vida y obra de un excluido” fue seleccionado para un Festival de cine de derechos humanos.

Cuando pasó al penal, quiso devolver todo lo aprendido en la preparación de un taller literario “para los pibes”. El resultado: La gente del servicio penitenciario le partió un diente.
“Iba a ir al dentista a arreglármelo, pero ya ahí me volví, es una huella, una marca que me dejó el encierro” comenta. Hace un par de semanas que está en “libertad condicional”. Se inscribió en la Universidad para estudiar Filosofía y ya está trabajando para el Municipio de Morón como operador barrial. Pero el sueldo no alcanza para colaborar en casa, seguir haciendo arte y poder hacer trabajo comunitario de manera voluntaria en el barrio, por eso el poco tiempo libre que le queda lo dedica a distribuir su revista “¿Todo piola?”, vendiéndola a voluntad.

César hoy persigue sueños, nuevas jaulas que será más fáciles de convertir en pájaros luego de los escollos transitados. También tiene terminado su primer libro de poesía, a la espera de la decisión editorial, pero ya piensa en el próximo.

“… ¡Ay amor! algunos cuerdos absurdos te tratan como si fueras una prisión donde deleitarse, ¡ay amor! tú lo sabes, ¿qué saben ellos de prisiones? si ni siquiera se animan a un minuto de libertad… ¡ay amor! si me lo pides seré cadenas rotas que abracen tu espalda, candados abiertos con los que perfumaré tu cuello, yo seré tu cárcel y tú mi carcelero. y si te lo digo amor, es porque en el óxido de una celda fue donde me convencí de tu existencia…”, dice Camilo en su poesía “Plegaria para la libertad”.Añadir imagen



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EDITORIAL

Me convertí en un número. Tengo fracción, raíz cuadrada y a veces decimal. También me convertí en un número entero. Mera combinación entre el uno y el cero. Soy numerable y razonable. Despreciable y dispensable. Aceptable y vulnerable. Multiplico. Para el resto no sumo ni resto. Soy consecutivo, destructivo. Me convertí en un número y tengo además factor común. Soy par e impar. Máximo y mínimo. Mayor, igual o menor. Soy múltiplo de dos, de tres, de cuatro o de nueve. No de uno. No para uno. No tengo valor, soy solo valor. Me convertí en un número, me dicen “4232”. Tengo código propio, binomio y exponente. Decadente y resistente. Totalmente ambivalente. Doy resultado y error. Depende la situación, de la ecuación. Soy exacto de facto.

Me convirtieron en un número. Elevé mi razón, mi corazón, a la tercera potencia. Incongruencia, falta de conciencia. Ahora mi alma es cardinal, y mi sentimiento animal. Soy sistemático y matemático, de las ciencias duras en estado puras. Mi nombre es “4232” y hay millones como yo. Solo números, meras combinaciones entre los unos y los ceros.

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