Risas, sensibilidades, sentires adolescentes, la supervivencia, la muerte y la fascinación que genera la manipulación de la tecnología se plasma en el documental “El Almafuerte”. Un documental realizado por un grupo de comunicadores sociales de la Universidad de Buenos Aires luego de la experiencia de un taller de video documental realizado hace 4 años en el recinto ubicado en La Plata que da nombre al audiovisual.
La película se estrenó en el “Teatro La máscara” el pasado lunes 10 de mayo e inició una gira por los espacios INCAA de la Ciudad y Provincia de Buenos Aires. En ese viaje Revista Filo se topó con los realizadores del film, Roberto Persano, Santiago Nacif y Andrés Martínez.
FILO: ¿Cómo surge la idea de realizar este documental?
Santiago Nacif: Somos los tres comunicadores, ninguno estudió cine. Empezamos con el taller de realización documental y surgió la idea de registrar todo el proceso de enseñanza-aprendizaje en el Instituto Almafuerte; y a partir de ahí fue surgiendo con los chicos. Ellos filmaron un cortometraje que está incluido en el documental y conociendo sus historias surgió la idea de hacer algo más y armar esto.
¿Qué los movilizó a acercarse a un espacio de encierro?
Arrancamos por un trabajo para la facultad sobre inclusión y reclusión. Y a partir de ahí nos contactamos con Marcelo, que es el coordinador del taller de comunicación del Instituto. Él nos abrió las puertas y, a partir de ahí, conocimos más gente del Instituto y de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) para lograr los permisos y las autorizaciones reglamentarias.
¿Cuál era el objetivo de la película? Porque teniendo en cuenta la cita del comienzo, entendemos que se propusieron plasmar la realidad (o la irrealidad) del Instituto, con todo lo que ello implica.
La idea era que los chicos se vieran representados. Que directamente sean los chicos los que hablen y realmente sientan que son ellos los que están hablando y no otro, un experto digamos, que habla sobre ellos. En definitiva, es recuperar su subjetividad. Lo importante es que puedan reconquistar esa voz que perdieron o tomar esa voz que quizás nunca tuvieron.
¿Cuál es su relación con los jóvenes ahora? ¿Pudieron ver el film terminado?
No la pudieron ver en pantalla gigante, pero la fueron viendo por separado y les gustó. Así que estamos tranquilos. Los talleres se cortaron en el Instituto, pero hoy en día seguimos en contacto por el Festival La Jaula (Un Festival con temática de derechos humanos y encierro que organizan hace 4 años los mismos realizadores) donde los chicos son jurado.
Los 80 minutos que dura el film están repletos de matices. Historias como la de Diego C., y Ezequiel R en libertad, trabajando, con sueños y un futuro en vista. Y momentos realmente duros, como cuando nos enteramos del asesinato en manos de la Policía de uno de los jóvenes protagonistas, Jonathan, luego de que saliera en libertad con permiso judicial.
Santiago Nacif explica que se generó todo un debate entre los realizadores sobre contar o no lo que había pasado. Pero a pesar de su crudeza y brutalidad, es la clave de la película. Nos abre el gran interrogante de “en qué medida” sirve el paso de los pibes por espacios de encierro. En el caso de Jonathan, un joven que manifiesta en el film deseos de “rescatarse”, de alejarse del delito, sale y es asesinado en un robo a mano armada. Es claro que no hay comunión alguna entre sus deseos y las oportunidades que se le presentan al salir.
Estos espacios de taller, estas películas, son lugares de libertad, no solucionarán las múltiples problemáticas que atraviesan pero al menos son lugares que liberan sus voces encerradas o acalladas. La cuestión es estar atentos, escuchar ése grito y dar una respuesta.
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